En los vibrantes años 50, bajo luces de neón y llameantes coches descapotables escupiendo rock ’n’ roll a todo volumen, el emblemático Rydell High School está a punto de convertirse en el escenario de ocultas pulsiones adolescentes y conflictos existenciales de una época donde reinan el peine y la brillantina.
La búsqueda de la identidad a través de bailes electrizantes, el amor romántico, carreras de coches y luchas de poder se entrelazan latiendo a ritmo de rock, que irá acompañando la transformación de estos jóvenes hasta encontrar su lugar en el mundo. Todo ello, con chaquetas de cuero, faldas de vuelo y peinados engominados como atrezo de la cultura adolescente de los años 50.
Esto es Grease. Un musical icónico que rompió taquillas en cines alrededor del mundo y que vertebra los anhelos, desafíos y conflictos generacionales de las adolescencias de otra época.
Boomers, en esencia.
Visto en retrospectiva, no sólo nos puede parecer una trama absurda como para haber convertido a esta película en el icono cinematográfico y musical de varias generaciones, sino que la película puede plantearnos serios dilemas morales en cuanto a la representación de roles estereotipados de género. Vaya, nos atreveríamos a decir que en la época vigente su estreno hubiera pasado a la historia no tanto por la fiebre maníaca que despertó en millones de adolescentes, sino por un épico debate social en el que incluso no pocas voces hubieran exigido su censura.
Pero trascendiendo las implicaciones ideológicas del filme, Grease plasma la cultura pop, los conflictos existenciales y el espíritu identitario de los boomers —sobre todo boomers con poder adquisitivo, ¿quién podía pagarse un descapotable a la forzadísima edad de dieciséis años que representan los actores?—. Y no sólo nos merece todo el respeto, sino que nos es útil para entender que cada generación atraviesa un modo único de construir su identidad a través de una cultura hegemónica. Una cultura que sirve como un espacio transicional en el que la persona adolescente pueda interactuar, experimentar y reconfigurarse a sí misma a través del «“avatar»” que representa.