Lo habrás hecho en alguna ocasión.
Seguramente en muchas ocasiones.
Y probablemente seguirás haciéndolo, a pesar de leer lo siguiente.
Irrumpe el despertador en la penumbra de la habitación, cuando el sol apenas se insinúa tras las láminas de la persiana. Sales sigilosamente de la cama, con las coordenadas del GPS de tu inconsciente en dirección a la cocina. El día sólo comienza tras el leve zumbido que acontece al insertar la cápsula de aluminio en esa sofisticada máquina que has visto utilizar a gente también sofisticada, elegante y exitosa. Uno de los artilugios futuristas que equipan cualquier cocina en Tecnotopia.
El aroma es inconfundible.
Casi podría decirse que es un estado de ánimo que inunda toda la casa.
El olor a café recién hecho tiene el poder de resucitar a una persona muerta.
Y en ese instante en el que ese sagrado vapor secuestra tu cerebro, mientras el oscuro fluido impacta en el fondo de la taza con una cadencia hipnótica, cuando la sujetas entre tus manos y sientes esa fragancia colapsándote de deseo… ¿Quién diría que has sido objeto de una trama internacional orquestada por una de las cuatro empresas que domina el mundo -el de los saborizantes y aromatizantes, para ser exactos-?
¿Sabías que las cápsulas de aluminio de café contienen un aroma que se volatiliza mientras lo preparas para que sientas que estás haciendo café? ¿Te suenan de algo Givaudan, Firmenich, International Flavors & Fragrances -IFF- o Symrise? ¿No? Pues son las encargadas de fabricar los saborizantes y aromatizantes que se describen en las etiquetas de todo lo que consumimos. Las responsables de transformar un producto en otro completamente distinto. Lo cuenta Marta Peirano en su libro El enemigo conoce el sistema. Un libro del que nos serviremos largamente durante este capítulo para adentrarnos en este lado oscuro de la tecnología.
Te preguntarás qué tiene que ver hacer un café de cápsula con el entramado oscuro de la tecnología digital.
Pues mucho.
Demasiado.
Más de lo que imaginas.
Piénsalo un momento: ¿Por qué beberías café comprimido en una cápsula de aluminio? Mejor dicho, ¿por qué lo harías, a pesar de que algunas investigaciones sugieren que el aluminio de las cápsulas podría filtrarse durante el proceso de elaboración, estando relacionado el exceso de aluminio en el cuerpo con problemas de salud como la enfermedad de Alzheimer y otros trastornos neurodegenerativos? Y como colofón final: ¿por qué seguirías preparándote cada mañana tu tacita con aroma de café enlatado cuando el uso generalizado de cápsulas de aluminio contribuye a la acumulación de residuos cuyo impacto medioambiental podría resultar irreversible?
Respuesta: porque huele y sabe a café recién hecho. Reciéeeeeeen hecho…
Porque una posible demencia o apocalipsis medioambiental no puede competir con el placer de creer que estás tomando café de especialidad en la cocina tecnotópica de tu casa.
Porque nuestro cerebro toma decisiones más emocionales, que racionales.
Porque quienes diseñan estos productos lo saben.
Y porque, aunque tú también lo sepas, las teclas que esos productos aprietan en el teclado de tu mente son muy poderosas. Tan poderosas como las que aprieta una notificación push en la pantalla de inicio de tu smartphone, un reel en Instagram o un siguiente capítulo en Netflix.
¿Cuáles son esas teclas?
Eso es lo que vamos contarte en la “Facebook Class”.
Saca libreta y boli y toma nota. Porque no tiene desperdicio…